La
performance destaca, en primer lugar, como una forma artística más sostenible y comprometida, al reducir el impacto ambiental. Al evitar la producción masiva de obras físicas, la
performance minimiza la generación de residuos y la utilización de recursos naturales, abogando por un enfoque más ético y respetuoso con el medio ambiente. En mi caso, para acudir al ejemplo más cercano, para elaborar las
performances e instalaciones, evito materiales sintéticos y contaminantes, usando siempre cuerdas de origen natural, de cáñamo concretamente —cada vez más costosas y complicadas de encontrar—, y objetos reciclados que reutilizo dándoles una nueva vida. Los objetos que intervengo y que empleo en las instalaciones y
performances, han sido encontrados en la basura, deshechos que son devueltos a la sociedad a través del arte. En este sentido, y bajo este punto de vista, la
performance no solo se erige como una expresión artística, sino también como
un mensaje de compromiso con la sostenibilidad y la responsabilidad ambiental en el mundo del arte contemporáneo.
La elección consciente de materiales naturales y el hecho de rescatar objetos abandonados, queda claro que no es un capricho, es un posicionamiento político. Hay una parte de mis proyectos más filosófica, que requiere un análisis profundo y más detallado, pero en paralelo lanzo un mensaje claro en el que invito a un menor consumo, abogando por reutilizar y reciclar. Dando un paso definitivo en este sentido, al renunciar a la producción de objetos para el mercado del arte a partir de 2024. Mi obra ya no está a la venta, no se puede coleccionar, no se puede poseer, tan solo se puede vivir, experimentar o sentir.
Tanto en El lenguaje de los pájaros, 2023, como otros proyectos de los últimos años, sobrevuela la preocupación por el posible colapso de nuestra sociedad, fruto del materialismo desmedido y el consumismo irracional. Estos proyectos están planteados desde una inmaterialidad militante, que señala la responsabilidad de cada uno de nosotros, todos somos culpables y parte de la solución. Entiendo el arte como herramienta social y creo que debemos actuar ahora. Un cambio afrontado en el día a día, que no requiere de grandes y espectaculares conquistas, sino de algo mucho más importante, actuar en nuestro entorno cotidiano, modificar el modo en el que vivimos, acciones cotidianas que sumadas generan una notable mejora.
Al impedir en mi trabajo la compra y la posesión —base de nuestra sociedad capitalista—, e incorporar lo desechado a la obra, invito a la reflexión, cuestionando nuestra relación irresponsable con los objetos materiales y las consecuencias que ello tiene para el planeta. Estableciendo un diálogo sobre la acumulación, el desperdicio y la abundancia. Cada intervención se convierte en un testimonio visual de la capacidad de transformación inherente al arte, el arte como herramienta social, desafiando la percepción convencional de lo desechado, de aquello que no tiene valor bajo nuestra óptica consumista y del dañino ciclo de acumulación y descarte de objetos materiales. Esta práctica artística no solo se traduce en la creación de obras visuales, sino que también sirve como un eco de conciencia ambiental y social, invitando al espectador a reconsiderar la manera en que interactuamos con nuestro entorno y los objetos que conforman nuestro día a día.