Recurro al absurdo, a la provocación, a la ironía… me gusta descolocar y crear confusión, sobre todo cuando escribo. Digo y me desdigo, no quiero grilletes. Mi madre es Marcel Duchamp, mi padre es Rrose Sélavy. No creo en los manifiestos, aunque los redacte. Todo es una gran performance.
Hace tiempo que abracé el espíritu dadaísta en mis textos. Vivo en el umbral de lo incierto. No te creas todo lo que digo, todo aquello que escribo. Dos bestias enfurecidas se lanzan dentelladas sin alcanzarse, sin apenas herirse. No te acerques a ellas, sólo yo las puedo amansar.
Al despertar mi corazón palpita triste. Es literatura, es poesía, es ficción, es realidad. Con mis palabras retorcidas quiero confundirte, hacerte huir de tu madriguera, sacarte de ese lugar cómodo en el que te has instalado, confortable pero ficticio. Voy a golpearte con mi pierna ortopédica hasta avivar tu llama. Quiero que abraces el antiarte y aborrezcas el mercantilismo actual. Pronto llegarán los barcos de China cargados de regalos.
Tal vez no sea culpa tuya, vivimos en una sociedad idiotizada en la que no existe la culpa. Mr. Duchamp, the smart phone rots my mind. Todos somos víctimas, la debilidad hecha virtud. Para no anestesiarme con fármacos, leo y releo continuamente los mismos libros sobre filosofía, arte, simbología, religión y esoterismo, y pronto los olvido. Son libros que huelen a viejo. Mi mente es frágil y mi biblioteca demasiado extensa. Debería trasladarme a una casa más grande.