Ayer, tras unas semanas de descanso, comencé a ponerme al día. Agosto está siendo un mes insoportablemente caluroso. No recordaba una sensación tan desagradable. Un calor húmedo y bochornoso por el que me estoy planteando una huida la norte. Este podría ser el tema, pero quiero hablar de otra cosa.
Por qué tiene la gente la manía de competir conmigo. Me pasa siempre. Siempre que consigo algo, que logro algún pequeño éxito o reconocimiento, aparece el tonto o la tonta que quiere demostrar que la tiene más grande. Que se lo merecía más, que es más inteligente, demostrar que es superior. No solamente hablo de lo artístico, sino también del mundo académico, brotan quienes necesitan demostrarme que saben más que yo de performance o de las materias que imparto en el grado de historia del arte. Ellos ganan, yo no sé nada, estoy en un continuo y feliz aprendizaje.
Aunque es evidente el complejo de inferioridad que despierta esa reacción, no deja de ser una sensación muy cansina, especialmente si uno no se considera una persona competitiva. No me quiero medir con nadie, ni compararme, es más, generalmente me importa poco lo que hacen los demás. Siento decirlo tan crudamente. Si consiguen algo me parece maravilloso, no soy envidioso, pero estoy enfocado en lo mío, me dedico a trabajar y poco más. Soy un ratón de biblioteca. No concibo esa lucha de egos absurda.
Para mí el éxito de los demás no es una amenaza ni un motivo de comparación, sino algo que simplemente sucede y que celebro si le ocurre a un amigo o conocido. Por eso no entiendo porque mis logros ofenden o molestan a los demás, aunque intuyo la inmadurez emocional que genera esa reacción.