El subsuelo del arte huele a mediocridad y mucha frustración. Cuanto más pequeño sea el nivel, mayor serán el número de empujones y codazos. Por eso intento evitarlo. Pero a veces meto la pata, peco de inocente y sintiéndome entre amigos me quito la armadura y me doy un paseo por los arrabales del arte. Gran error.
En los últimos meses he frecuentado demasiado los bajos fondos y el hedor se me ha hecho insoportable. Un olor rancio a orines y estiércol sistémico, fruto de la cobardía, la vileza, la degradación y la putrefacción moral proveniente de los complejos y miedos de una comunidad pequeña. Siendo muy joven, mientras me formaba de la mano de un artista de cierto éxito, en los últimos capítulos de su vida, me advirtió: “Ten cuidado con los artistas que no han logrado destacar, están llenos de rencor por sus fracasos y harán todo lo posible para que tú también fracases”. En su momento no le presté demasiada atención, pero ahora, habiendo vivido lo que he vivido, le doy completamente la razón.
Al puñado de infelices de aquella funesta comunidad, no les guardo rencor, solamente indiferencia, los pobres son la nadería absoluta no necesitan más males encima. Pero ahora entiendo perfectamente el devenir de sus tristes e intrascendentes existencias, su fracaso personal y profesional es simplemente fruto de su bajeza moral. Se han ganado a pulso vivir la vida que malviven.